Olvido que me niegas, insolente,
y me postras, sin pausa, en la tortura
del constante recuerdo. Cruel hondura
en el alma, afligida y penitente.
No hay razón que acalle la agonía,
pues mil voces de besos invocados
azuzan la memoria. Demasiados
susurros me conmueven, día a día.
Cuando llegue, implacable, la inconsciencia,
en el oscuro pozo de la nada
se perderán, exhaustos, los momentos.
Mas, sentiré en mi linfa su presencia,
señora de mi albur y sentimientos,
hallándome la muerte en su ensenada.
Candela Martí
Candela Martí